jueves, mayo 31, 2012

WILLIAM MORRIS (1834.1896)


La actividad de William Morris (1834-1896) se des­envuelve en varios campos y a diversos niveles, desde el arte a la política, del artesanado al comercio, del di­recto impulso individual a la promoción de movimientos colectivos, de la actividad práctica a la formulación teó­rica. Los hechos más importantes de su biografía son: los estudios en Oxford; la experiencia (interrumpida) en el campo de la arquitectura; su asociación con los prerrafaelistas; la construcción de su vivienda, la Casa Roja, proyectada por Ph. Webb, pero decorada por él; su actividad política, desarrollada primero en el ala radi­cal del partido liberal y después en la Socialist-League; la apertura de la firma Morris, Marshall, Faulkner & Co., fabricante de muebles, tejidos y elementos de decoración; la fundación de un taller de tipografía, la Kelm- scott Press; la institución del Art Workers Guilcl; la promoción en 1888 de las exposiciones de Arts and Crafts, expresión que ha continuado denotando la tota­lidad del movimiento originado por su obra.
Comparando la posición de Morris con la de sus pre­decesores, podemos decir que el soporte ideológico de la actividad de Pugin es el catolicismo, y el de Ruskin, el esteticismo, primero, y el moralismo social, después, mientras que la obra de Morris encuentra su salida más coherente en el socialismo, sin importar su ortodoxia en la línea marxista.
Hereda de Ruskin la valoración social del arte, la profunda adhesión al trabajo y al gusto medievales, la aversión por la producción industrial de su época, etc., pero proporciona una explicación menos intuitiva, más lógica y coherente que la de Ruskin de estos aspectos, ya tradicionales para el Gothic Revival. Mediante una evolución racional señala también un modo de superar las contradicicones de su tiempo. En este sentido Morris no es un moralista, sino un auténtico reformador.
Parte de la consideración de Ruskin de que el arte es la expresión del placer del trabajo, y como casi todos los hombres viven de su propio trabajo, dedicándole la ma­yor parte de su vida, es un gran perjuicio social mecani­zarlo, despojarlo de toda participación humana. Esto no se refiere sólo al artesano, sino que, traduciéndose en la calidad del producto manufacturado, afecta a to­dos los que disfrutan de la producción. El arte, por tanto, no es un fenómeno meramente estético, sino «un importante sustento de la vida». Desde este presupues­to, Morris extiende la idea del arte a todo el mundo de la vida: no se refiere sólo a la pintura, a la escultura y a la arquitectura, sino también a las formas y colo­res de todos los objetos útiles, a la disposición de los cam­pos, a la red de carreteras, a la administración de la ciu­dad, etc. Desde esta visión amplia y cualificadora del arte tóma cuerpo el método de consideración unitario que en el Movimiento Moderno afectará a todos los sectores del proyecto, desde el diseño del artículo: más modesto hasta la urbanística. La encarnación de este principio unitario nos la ofrece la propia arquitectura, allí donde se entienda de acuerdo con su célebre defi­nición por la que «representa el conjunto de las modifi­caciones y de las alteraciones llevadas a cabo sobre la superficie terrestre en virtud de las necesidades huma- nías, exceptuado el puro desierto».
Y             si esto es la arquitectura, nadie puede desintere­sarse ni confiarla exclusivamente a un grupo de técnicos: el arte y la arquitectura se convierten así en un problema eminentemente político. Es éste carácter político, como se ha dicho, el que va a diferenciar positivamente la contribución de Morris de la de Ruskin. Además, con­trariamente a la idea convencional que de él se tiene como simple ejecutor de las teorías de su maestro y como medievalista anacrónico, Morris, aun confun­diendo a veces el sistema corporativo medieval con el socialismo moderno, y no teniendo otro modelo dispo­nible que el gusto y el «espíritu» del gótico, tuvo un sentido muy vivo de la historicidad de su tiempo. Gra­cias al socialismo comprendió que lo negativo de la producción industrial no estaba tanto en los medios de producción como en el modo en que se gestaba: las verdaderas causas de los males de la ciudad moderna y de la crisis artística y proyectual son el sistema liberal, el mercantilismo, la ley del máximo beneficio, pero no las máquinas; «las maravillosas máquinas —escribe—, que en manos de los hombres justos y previsores habrían podido minimizar la fatiga y mejorar la vida de la raza humana, se usan, sin embargo, para fines contrarios». También gracias al socialismo reconoce que entre tantos males de la revolución industrial ha surgido una reali­dad positiva: la potencia creciente de la clase trabaja­dora. Además, identificando en el ritmo de la produc­ción el mayor desequilibrio del trabajo mecánico, en cuanto que impone la máxima cantidad en menoscabo de la calidad y de las condiciones laborales, Morris ob­serva: «es lamentable que la civilización se haya im­puesto y que ahora sea imposible de limitar y controlar; esto resulta, al menos, en el estado actual de las cosas, pero, teniendo en cuenta el portentoso cambio que intro­duce la mecanización, bien puede ser que produzca daños más graves: aniquilará, de hecho, el arte tal y como lo entendemos ahora, a menos que sea sustituido por un nuevo arte; pero probablemente, queramos o no, destruirá también lo que produce el odio del arte y así preparará el camino a un arte nuevo cuyas formas nos son aún desconocidas» 21.
Como se ve, la posibilidad de un cambio en la función de las máquinas se admite sin reservas, unida a la con­sideración de la muerte del arte —tema central de la estética moderna—, o cuando menos de la muerte de un cierto tipo de arte para dar vida a otro. En este sentido, la suya ha demostrado ser una auténtica profecía. En especial, admitiendo el cambio de función en el uso de las máquinas, Morris inicia ese intento de dar una calidad al producto industrial que constituye otro de los funda­mentos del Movimiento Moderno, y su actitud en esa dirección es bastante más significativa que la asumida por otros como Cole, Laborde o Viollet-le-Duc, que se habían adherido casi incondicionalmente a la industria­lización. De hecho, mientras que éstos querían resolver las contradicciones del sistema productivo moderno des­de dentro, por así decirlo, técnicamente, Morris, aun alejándose del anacronismo de su maestro y reconocien­do la irreversibilidad del proceso en curso, sigue siendo un oponente del liberalismo industrial. Cuando en la novela News from Nowhere, de 1890, entre muchas pro­posiciones utópicas, mantiene la abolición de la fatiga, la sustitución del trabajo mecánico por el creativo, la reducción de las necesidades superfluas y, por tanto, la eliminación de la superproducción, Morris, basándose también en el precepto de la Joy in labour, señala los modos de combatir lo que Marx había definido como Entfremdung, es decir, la escisión de la conciencia hu­mana en dos partes ajenas, la alienación 22; no sólo esto, sino que la problemática sociológico-productiva se ha revelado más apremiante a medida que la civilización industrial ha ido evolucionando.
Por lo que antecede podemos decir que en la obra de Morris pueden distinguirse una previsión a largo plazo (la revolución social, el nacimiento de un arte radical­mente diferente, la confianza en que la nueva clase ten­drá del arte una idea más sana, etc.) y unas realizaciones inmediatas (el interés y la práctica de las artes aplicadas, la polémica reformadora, la fundación del movimiento Arts and Crafts, etc). La palabra «entretanto», que apa­rece continuamente en sus escritos y conferencias, indica su convicción de la necesidad de actuar antes de que las modificaciones más radicales transformen el sistema com­pleto. Este doble aspecto, -revolucionario y reformista, contribuye en gran manera al nacimiento del Movimien­to Moderno y define una orientación de crítica socio­lógica que ha caracterizado la obra de los arquitectos y proyectistas de las generaciones sucesivas.
Como conclusión de estas notas sobre la actividad de Morris, queremos hacer hincapié en dos consideraciones. La primera tiende a superar el tópico que distingue una parte más atrasada y una parle avanzada en su obra. Para nosotros este dualismo carece de coherencia, y en ella no existe contradicción. En realidad, si bien es cier­to que la actividad de Morris en su conjunto pertenece al capítulo del eclecticismo historicista, se ha dicho también que los aspectos aparentemente fuera de su tiempo han de interpretarse como actitudes conscientes y paradójicas para reforzar la unilateralidad de las ideas, para conseguir una crítica más radical, para instituir un claro punto de referencia. Puesto que a ellos se han referido muchos reformadores y que a partir de ellos ha tomado vida la crítica a la ciudad industrial, debemos reconocer que sus fines han sido plenamente alcanzados.
La segunda consideración se refiere directamente a la relación entre arquitectura y artes aplicadas. Morris se ocupó de estas últimas, pero su actividad incide sobre la primera más que la de los propios arquitectos innovado­res de su época. Efectivamente, puesto que la reforma de todas las artes dependía de la reforma de la sociedad, la arquitectura y la urbanística estaban demasiado ligadas al sistema socioeconómico de la época, representaban sus efectos y su reflejo; de aquí la dificultad de una inter­vención directa en estos sectores y la inevitable caída en el formalismo de quienes intentaban hacer una revisión desde dentro, es decir, disciplinarmente. Por el contrario, una vez teorizado el principio unitario de las artes y ampliado así el campo artístico a fenómenos anterior­mente considerados ajenos, era precisamente el sector de las manufacturas el que iba a ser reformado en pri­mer lugar. Esto, si no era exactamente la causa de la producción industrial, era sin duda uno de los principía­les anillos de su cadena; era una actividad muy directa­mente en contacto con la máquina y el campo de mayor expansión, en una palabra, un fenómeno que por varias razones estaba por encima de la arquitectura. Proponien­do la cualificación del sector manufacturero y reclamando el interés de los mejores artistas de la época sobre ese campo, Morris no sólo intuyó su valor prioritario, sino que siendo grande tanto el número de los trabajadores como el de los consumidores, influía potencialmente en toda la esfera social. La reforma de la arquitectura y de la urbanística habría sido de tal modo una consecuencia lógica.

Historia de la Arquitectura Contemporánea
RENATO DE FUSCO
Ed.BLUME, 1981

JOHN RUSKIN (1819- 1900)


The Seven Lamps of Architecture (Las siete Iámparas de la arquitectura)
LONDRES 1849

Más allá del establecimiento de principios arquitectónicos, los numerosos textos sobre arquitectura escritos por el polivalente autodidacta John Ruskin se inscriben sobre todo enla perspectiva de una moral social de gran enjundia. ParaRuskin, la teoría arquitectónica es siempre filosofía moral y, por tanto, está relacionada siempre con la búsqueda de la verdad. Esto se pone de relieve especialmente en el caso de The Seven Lamps of Architecture, que Ruskin elaboró paralelamente a su trabajo sobre Modem Painters (Los pintores modernos), su primera gran publicación sobre pintura. Por su división en sacrifice, truth, power, beauty, life, memory y obedience (sacrificio, verdad, poder, belleza, vida, memoria, obediencia), el libro deja claro el lugar esencial que ocupan para el autor las cuestiones extra arquitectónicas. Asimismo, esta inusual división en el marco de un libro sobre arquitectura permite entender por qué Ruskin intenta expresar unos principios universales basándose solo en sus impresiones y preferencias subjetivas, que reúne en unos aforismos destinados a servir de reglas en la vida práctica. Con ese telón de fondo, resulta muy lógico el rechazo de Ruskin por el procedimiento de deducir las normas arquitectónicas de la historia de la arquitectura; en primer lugar porque defiende la idea de que toda irrupción de una arquitectura histórica solo resulta posible bajo las coordenadas de su época y no puede restituirse por tanto en su propio tiempo. Al contrario de la idea defendida por Viollet-le-Duc (1814-1879), Ruskin llega a entender incluso la restauración de edificios como una des trucción, y no solo para la arquitectura sino también y en general desde un punto de vista histórico. En efecto, la restauración de vestigios arquitectónicos según la filosofía de aquella época lleva a la destrucción de ideas, valores e ideales morales históricos que nacieron con esos edificios. Ese tipo de errores solo pueden prevenirse en el futuro si el arquitecto construye desde un principio para la eternidad y si erige así un monumento perdurable a su época. En cualquier caso, Ruskin parte del principio de que la mayor proyección de la arquitectura solo ocurre al cabo de cuatro o cinco siglos.
A pesar de sus críticas hacia la restauración de la arquitectura histórica, Ruskin no aboga sin embargo por un renacimiento arquitectónico. Al contrario, insiste en que los estilos arquitectónicos ya existentes bastan ampliamente a las necesidades de la sociedad contemporánea. Por consiguiente, Ruskin concluye de forma dogmática: «No queremos un nuevo estilo arquitectónico». Sin embargo, cada estilo arquitectónico debe someterse a la prueba de la Iámpara de la verdad (Lamp ofTruth) para ser aceptado como estilo universal. En otras palabras, para Ruskin, cada obra arquitectónica debe poder deducirse de la Naturaleza en su calidad de creación de Dios. Esto ocurre cuando procede de la naturaleza del hombre, por una parte, es decir, de sus facultades artesanales, y de las leyes naturales de los materiales de construcción empleados, por otra parte, es decir, de un uso acorde a la naturaleza del material. Ruskin exige además sinceridad y amor a la verdad en el ámbito de la construcción. Para é1, un pilar que no soporta ninguna carga se convierte en un error tan reprobable como un acto inmoral.
Ruskin aboga globalmente a favor de la transparencia en las relaciones de la construcción, tal y como se observa en el trabajo artesanal de los materiales. Ruskin exige como una moral artesanal que el proceso de transformación del material se exprese mediante pequeñas irregularidades en el material empleado. En ese contexto, prefiere sobre todo los materiales tradicionales, como la piedra y la madera, a la vez que observa que la elaboración de nuevos materiales puede ampliar las posibilidades de la arquitectura: «No existe ninguna ley ni principio... que no puedan abandonarse con la llegada de nuevas condiciones o el invento de nuevos materiales». No obstante, Ruskin solo puede aceptar esos nuevos materiales si son producidos directamente por el hombre, o en otras palabras, de forma artesanal o natural, y no de manera industrial. Por tanto califica el uso de estructuras industriales de hierro como una violación de la Naturaleza. Bajo esa perspectiva cabe entender entonces la crítica de Ruskin hacia el palacio de Cristal (1851) de Joseph Paxton (1801-1865), que considera además como un lamentable punto final a la tradición arquitectónica palladiana, de la Donck and Palladian Pride. En el marco de una arquitectura meramente utilitaria, Ruskin tolera en cambio el uso de materiales industriales a los que otorga incluso una dignidad propia, por lo que establece una diferencia entre la arquitectura como expresión de la belleza libre de todo utilitarismo y la arquitectura utilitaria del ingeniero.
Más allá del aspecto moral de la verdad arquitectónica, la crítica de Ruskin hacia la arquitectura industrial y la tradición arquitectónica clásica se fundamenta ante todo en argumentos estéticos. Basándose en la coherencia de los efectos en la pintura, Ruskin defiende un ideal de diversidad arquitectónica que traduce su interés por las cualidades estéticas de la pintura moderna de su época. De esta manera, Ruskin pone el énfasis en el efecto pictórico de las obras arquitectónicas románicas y góticas que muestra en The  Seven Lamps y las antepone a la monotonía formal y cromática del clasicismo. En los tres volúmenes de The Stones ofVenice, 1851- 1853, (Las piedras de Venecia), diencialas ideas estéticas de Ruskin quedan patentes cuando considera el paisajismo inglés como una compensación de esa monotonía arquitectural: «Así pues, la escuela del paisajismo inglés que culmina con Turner no es más que el sano intento de colmar el vacío dejado por la destrucción de la arquitectura gótica». Este estado de insaticfacción solo podrá superarse cuando la arquitectura -así como el paisajismo de hecho- se base en la inmensa riqueza de formas dispensadas por la Naturaleza. Con esta base, Ruskin desarrolla un abanico de adornos arquitectónicos que van desde lo orgánico hasta formas abstractas.
Sin embargo y a diferencia de Pugin, el modelo debe obtenerse en primer lugar del gótico continental. Ruskin considera por una parte que ningún estilo arquitectónico inglés merece renacimiento alguno y, por otra, que el gótico continental resulta estéticamente más rico y ambicioso que el gótico inglés, descrito como «pequeño y limitado, por no decir carente de valor, superfluo e inconsistente». En cambio, debido al uso de un gran número y una gran variedad de materiales como el mármol o el alabastro, el uso del color en las iglesias italianas posee un duradero efecto pictórico.
El arquitecto se transformó en pintor de alguna manera, en un pintor que utiliza la superficie de las paredes como lienzo, subraya Ruskin en Tne Seven Lamps. Ruskin ilustra esta idea con 14 dibujos realizados por é1 donde muestra en especial el Campanile de Giotto, las catedrales de Caen, Rouen, Bayeux y Beauvais, y el palacio Ducal de Venecia. Ruskin solo ofrece en estos dibujos detalles ornamentales que deben dar buena fe de la riqueza formal de la arquitectura que tanto admira. Así elogia por ejemplo el atractivo contraste entre los muros planos y las elaboradas filigranas de las tracerías de la fachada del Campanile de Giotto. También llama la atención sobre la estética ejemplar conseguida según él en el Domo de Ferrara gracias a la riqueza de las formas orgánicas de las columnas y arcadas. Finalmente, cabe interpretar como un homenaje a la pintura de Turner, al que admira por encima de todo, el énfasis que pone Ruskin en la especial interacción entre el cromatismo de los materiales elegidos cuidadosamente y la luz del sur en la arquitectura italiana.
Además de las cualidades estéticas de The Stones of Venice, la concepción del gótico como único estilo arquitectónico no dogmático convirtió a Ruskin en un modelo de    primer orden en su época. El gótico no sufrió la influencia de ningún estilo anterior ni de ninguna norma estética.
Como «única arquitectura racional», siempre se sometió a las necesidades prácticas, aunque para ello tuviera que alejarse de los principios de simetría y otros dogmas. Ruskin estima que esa nexibilidad convierte al gótico en estilo universal que debe garantizar, ante el desenfrenado progreso de la industrialización, el mayor ámbito posible de conciencia moral y social, tal y como exigirá William Morris (1834-1896) en un marco más ampliamente social y teórico.

TEORIA DE LA ARQUITECTURA
Del renacimieno a la actualidad
Ed. Taschen, Colonia, 200

AUGUSTUS WELBY PUGIN (1812-1852)



Edifices of the Middle Ages, And Corresponding Buildings of the Present Day
LONDRES 1836
Contrastes o analogia entre los nobles edificios de la Edad Media y las construcciones equivalentes de nuestra época
The True Principles of Pointed or Christian Architecture
LONDRES 1841
Los verdaderos pnncipios de la arquitectura ojival o cristiana

El arquitecto y decorador Augustus Welby Pugin rompe en sus escritos, por primera vez en Inglaterra, con la obligada referencia del lenguaje arquitectónico clásico. En su obra
Contrasts: Or, a paralel between the Noble Edifices of the Middle Ages, And Corresponding Buildings ofthe Present Day, publicada en 1836 (2º edición en 1841) asi como en The True Pnnciples of Pointed or Christian Architecture (1841), Pugin se presenta com el portavoz de una revisión fundamental de la historia de la arquitectura, ya que no interpreta la arquitectura antigua y del Renacimiento como un momento de esplendor sino como el síntoma de un declive: de ahora en adelante será la nueva referencia la arquitectura gótica de la Edad Media, de la que Pugin exige con fervor su rehabilitación en vistas a un gothic revival, un renacimiento gótico.
Sin embargo, Pugin no es el primer arquitecto inglés que alimenta esas ambiciones. Ya en el siglo XVIII, la arquitectura gótica fue entendida al menos como una alternativa estética al lenguaje arquitectónico clásico, aunque su uso se ciñera en un principio al jardín ornamental inglés como lo demuestran los ejemplos de Stove o Stourhead.
Habrá que esperar a las casas de campo de Horace Walpole (1717- 1797), Strawberry Hill (1750-1777) para que el gótico se erija en un contrapeso al clasicismo dominante, tal y como lo defendía un palladiano como Lord Burlington (1694-1753). Aunque la arquitectura de Walpole pretendía ciertamente ofrecer una demostración visual de la monotonía de la arquitectura clasicista, buscaba con su manifiesto de un concepto más amplio del gusto provocar en primer lugar unn ampliación del abanico estético de la arquitectura antes que recrear en su globalidad los principios arquitectónicos del gótico.
En cambio Pugin aboga por un rechazo radical de la arquitectura clásica que abarca ante todo unos contenidos extra arquitectónicos, más allá de aspectos meramente funcionales y arquitectónicos. La pasión de Pugin por la arquitectura gótica surgió sin duda de manera decisiva tras la colaboración con su padre. De origen francés, Augustus Charles Pugin (176Y- 1832) se instaló en Londres en 1792 y trabajó como arquitecto en el estudio del famoso John Nash (1752-1835). Asimismo el padre de Pugin alcanzó cierta fama sobre todo por sus publicaciones sobre la arquitectura gótica, como Specimens of Gothic Architecture, 1821-1828 (Ejemplos de arquitectura gótica), cuyo segundo tomo ya se editó con la colaboración de Augustus Welby Pugin. Cabe pensar que otros autores de principios del siglo XIX que empezaban a interesarse por el gótico, sobre todo desde un punto de vista arqueológico, han reforzado la convicción de Pugin de que algo extraordinario, sobre todo desde un punto de vista constructivo, se había conseguido con la arquitectura gótica. Con ese sentimiento define Pugin ya en su obra Contrasts un ideal funcionalista al entender lo bello como una «adecuación del proyecto con el objetivo propuesto». En The True Principles exige la sencillez de la construcción, a la que deberán someterse todos los ornamentos de la arquitectura. De todas formas, el modelo histórico de ese tipo de arquitectura ya no es el clasicismo, a diferencia de lo que prevalecía en el siglo XVIII, sino la arquitectura gótica con sus arbotantes, columnitas y cruceros de ojivas.
El racionalismo de Pugin poco tiene que ver por tanto con los ideales arquitectónicos de Laugier o Ware, similares solo en apariencia. Por la importancia que concede a la lógica constructiva de la arquitectura gótica, se aproxima más a su coetáneo francés Viollet-le-Duc (1814-1879). Esto queda patente en que Pugin considera el modelo de la cabaña primitiva como un falso arquetipo de la arquitectura cristiana.
Le parece absolutamente absurdo que los edificios de piedra de los griegos puedan derivarse inicialmente de una cabaña primitiva de madera. Al ofrecer la piedra unas posibilidades constructivas completamente distintas a la madera, la arquitectura de los griegos se habría quedado, a su modo de ver muy por detrás de sus posibilidades. En cambio, el invento del arbotante y la altura de la bóveda gótica demuestran de manera impresionante cómo los constructores de la Edad Media supieron sacar provecho de la piedra como material de construcción. Esta lógica arquitectónica también rige en la fachada de la catedral gótica como lo demuestran los arbotantes. Pugin remite como contra ejemplo a San Pablo, la catedral barroca construida por Wren cuyos contrafuertes quedan ocultos por una arquitectura ciega que nada iustifica desde un punto de vista funcional.
Pero no solo unos motivos de orden constructivo y funcional llevan a Pugin a rechazar las imitaciones de la arquitectura clásica desde la Antigüedad.Pugin invoca también en Contrasts sobre todo unas consideraciones de orden religioso para justificar dicho rechazo. Critica el uso de elementos clásicos dado que estos remiten a la arquitectura de los templos griegos y deben abordarse por tanto en un contexto cultural totalmente distinto al marco cristiano. Finalmente, las mayores construcciones de la Antigüedad, como por ejomplo los templos griegos, nacieron por rnotivos religiosos. Siguiendo esta Iógica,la adaptación de la arquitectura pagana dentro de la sociedad cristiana, en especial desde el Renacimiento, se entiende como una falsa idolatría y el síntoma de la impotencia para crear una expresión arquitectónica y cultural singular.Buena prueba de ello es la arquitectura europea desde el siglo XV y su errónea concepción de la arquitectura clásica como fondo de formas libremente disponible a la que remite Pugin. Cree hallar en las obras arquitectónicas contemporáneas de John Nash (1752-1835), John Soane (1752-1837)0 Robert Smirke (1781- 1867) una actitud igualmente superficial.
Pugin interpreta globalmente la evolución descrita como la expresión de un declive general de valores, cuya causa sitúa en el debilitamiento del catolicismo y «el triunfo de esas nuevas y degeneradas ideas sobre los antiguos sentimientos católicos».Y solo se pudo llegar hasta ahí porque la sociedad inglesa flaqueó en su fe en la época de la Reforma. Pugin, que se convirtió al catolicismo en 1834, vio en la restauración de la Iglesia católica la condición preliminar para una gran arquitectura, tal y como vio la luz en los siglos XIIl y XIV, en plena armonía con los ideales religiosos y sociales. En concreto Pugin no se cansa de subrayar en Contrasts la perfección de la sociedad medieval y, por consiguiente, de asociarle una utopía social.A diferencia de la sociedad de mediados del siglo XIX, marcada ante todo por la creciente industrialización con unos problemas imprevisibles en todos los aspectos, la Edad Media representa para Pugin una época de armonía social. Algo patente cuando interpreta la actitud desinteresada de los creyentes -sea cual sea la jerarquía-  como un rasgo esencial de la sociedad medieval. Y solo gracias a esta religiosidad colectiva consiguieron ver la luz las grandes catedrales, al no ser más que piedad convertida en arquitectura.
Pugin considera pues obvio que los elementos esenciales se deduzcan del simbolismo cristiano, por ejemplo la cruz como modelo de planta cruciforme o la verticalidad como modelo de la inmensa altura de la nave principal.Asimismo, las formas de la arquitectura clásica inspiradas en la cultura antigua no encuentran ninguna correspondencia en los valores fundamentales de la sociedad cristiana y deben considerarse por tanto como adornos carentes de sentido, sintomáticos de una sociedad sin dirección ni valores. El hecho de que Pugin se refiere aquí a la Inglaterra de la era industrial queda patente en la comparación que establece entre una catholic town, una ciudad católica del año 1444 y la misma ciudad en el a8o 1840. En lugar del homogéneo tejido arquitectónico de las ciudades góticas, aparece la ciudad de principioc de la era industrial, que combina obras arquitectónicas de tendencia clásica con construcciones meramente utilitarias que llevan chimeneas de fábricas. Para terminar, la cárcel moderna en primer plano contrasta con el estado de desolación de la sociedad secularizada en la que se ha convertido la sociedad inglesa. Pugin expresa así una imagen positiva de la Edad Media, en las que se fundamentan las ideas reformadoras de John Ruskin (1819-1900)y William Morris (1834-1896), aunque estos no compartieron desde luego su fanatismo religioso.

TEORIA DE LA ARQUITECTURA
Del renacimieno a la actualidad
Ed. Taschen, Colonia, 2003